¿Es la plaza la que se moviliza? ¿Es el pueblo el que se moviliza? ¿Son los dirigentes los que se movilizan? ¿Es Cristina la que se moviliza? ¿Somos todes los que nos movilizamos?

Moverse implica salir de un lugar para ponerse en otro. Tal vez, este 25 de mayo, efeméride por antonomasia de nuestro nacionalismo, de nuestro patriomatriotismo; pero también, en tiempos de neoliberalismo, de neoderechas, también neoefeméride, la vindicación del resurgimiento de la política como escenario central del quehacer comunitario, del campo de juego en el que se dirimen las diferentes miradas sobre qué hacer con nuestro ispa. El 25 de mayo pasado, bajo la lluvia, una miríada de individues coligados en un contingente ideológico, una multitud (no muchedumbre) integrada por todos los sectores del nacional-populismo de nuestra patria, conmemoró los 20 años de la asunción de un gobernador de una provincia del sur como presidente. Pero también se festejaron los 13 años de aquellos festejos por el bicentenario en 2010; un momento liminar como hubo pocos en la Argentina, similar al que estalló en las calles al obtener el último campeonato del mundo, un instante en el que se licuaron las identidades particulares para forjar la posibilidad del nacimiento de una identidad suprapartidaria, suprasectorial, supranacional y fundante en el que todes nos sentimos argentes. Era la posibilidad del nacimiento de una supraidentidad novedosa. En esta última plaza, claro está, estuvimos lejos de ese momento liminar, pero sí hubo movilización que, valga la redundancia, movilizó en dos sentidos a la comunidad: en el primero en el sentido más mecánico del término: una cantidad ingente de personas se movieron de un lugar a otro en masa para escuchar a una única oradora (algo imposible para cualquier otra figura política de la Argentina); y en segundo término, todes aquelles que se movilizaron, a la vez, se movilizaron en la acepción más emocional del término; se emocionaron, cantaron, epopeyaron bajo la lluvia la posibilidad de un sentido histórico. Y si bien no remite a otra acepción del término en este texto, si podemos hablar de que esa conglomeración con ideología constituye parte de un movimiento político. Para ser Movimiento Histórico, en términos hegemónicos, aún le falta mucho.

El marco era imponente: una centralidad dada por esa plaza polisémica pero siempre política, la plaza que adhirió su mes al sustantivo Madres creando un universo de lucha inclaudicable y un faro para dilucidar hacia dónde dirigirse en procura de la práctica política amorosa. Esa plaza bombardeada y resurgida una y mil veces, con un centro de luces y escenario, y las dos diagonales que surgen a sus costados -dotando de simetría que se puede aprovechar mucho más en la era de los drones y que ofrece una posibilidad de analogía del péndulo doctrinario del peronismo-, también colmadas, para escuchar el recital de Cristina, acaso la política más lúcida del siglo XXI en Argentina.
No obstante su lucidez, también ella es humana, y si algo le hace mal al movimiento, es el endiosamiento de una humana y la falta de criticidad sobre su accionar. No es necesario formar un club de fans para ser leal y consecuente -nunca obse, jamás obsecuente-. Algunas veces, solo alcanza con escucharla, con comprender el texto y el paratexto subyacente en sus palabras y, por considerarla la conductora del movimiento (otra vez el verbo mover) seguir su línea política; y otras, alcanza con tensar las bajadas de línea de los cuadros medios, para que el bastón de mariscal que cada une blande en un peronismo heterogéneo marque el rumbo que le imprime a la mano que lo ciñe, la cinética que le dan las otras manos que lo acompañan; una suerte de síntesis de ideas-fuerza aplicadas a la orientación final indicada por el bastón.

Mucho se escribió sobre la plaza, y eso nos da la idea de la importancia y el peso que tiene la oralidad de Cristina, y tal vez por ello era renuente a imprimir mi voz a la cacofonía de sonidos que surgieron para interpretar la infinidad de signos que dejó ese escenario y la plaza: quiénes estuvieron, la disposición sobre el mismo aprendido en el primer capítulo de House of cards, el juego en el diálogo entre líder y masa (como en el discurso del renunciamiento de Eva), el peso de los cánticos, la abigarrada emoción del pueblo escuchando. Sin embargo, al convite de mi compadre Russo para escribir unas palabras, opté por romper el silencio y poner en primer lugar del extracto discursivo aquello que me sirve para interpelar a mis compañeres de toda la Argentina (y por qué no, de toda Nuestra América). Cada cual efectuó el recorte de ese discurso que más le movilizó (otra vez). Si la apelación a la democracia y el peligro en el que ella se encuentra (en la Argentina, la vicepresidenta sufrió un atentado contra su vida), si los datos duros brindados por la Auditoría General de la Nación con respecto al crédito ilegal del FMI, si la defensa del gobierno que ella integra y que todo el arco nacional y popular debería defender más allá de las diferencias con las personas o con algunas políticas del mismo, si la adhesión al recorrido histórico preciso que hizo la expresidenta. Todos los recortes son válidos y eso es lo genial discursivamente de lo que se dijo el 25 en la plaza: todos se sintieron interpelados.

En ese sentido, también yo elijo quedarme con algún recorte, y tiene que ver con dos hechos. el primero efectivo, pretérito, acontecido. Es la acción concreta de la movilización del otro día. El pueblo -que no es la gente, sino algo más denso e identificable a través de la operación que hace Dussel identificando primero al antipueblo, y luego sí, todo lo que está del otro lado de esa porción minúscula, anche poderosa, puede ser considerado pueblo- se movilizó. Se movió de un lado a otro y se emocionó bajo la épica lluvia que cuanto más lo mojaba, más actuaba como yesca encendida para vigorizar su compromiso con ese lugar que estaba ocupando y, a la vez, en una doble acción, se movilizaba por dentro, iba haciendo carne y razón las palabras y obtenía la convicción de que se viene una lucha de proporciones ciclópeas contra los sectores más cipayos, reaccionarios y oligárquicos del país que, lamentablemente, son seguidos por millones de personas que se apuntan permanentemente al pie.

El segundo es a futuro (solo hubo un presente largo y fue el del momento en que Cristina hablaba) y tiene que ver con la apelación a que aquellas, aquellos y aquelles que quieren un país y un mundo mejor, que la escuchan y la siguen, se muevan, se movilicen, salgan a militar organizadamente. No importa el espacio político en el que lo hagan, pero sí que lo hagan. No alcanza con escribir reflexiones como esta, no alcanza con subir posteos a las redes, no alcanza con discutir individualmente en la cola de la verdulería, no alcanza con los devaneos-regodeos intelectuales en los claustros universitario (aunque todo lo nombrado, sume); hay que salir a militar organizadamente, a patear las calles de manera orgánica, siguiendo un proyecto y un plan; es necesario ir a las básicas o a los frentes dentro de cada espacio político, sindical, cultural, etc. (cada une ponga el que más le guste) y construir una opción de gobierno que le brinde al pueblo la posibilidad de salir por un lugar diferente al que ofrecen los pseudo libertarios o Cambiemos. El voto de ese tercio del despeinado a propósito, también se explica por el inmovilismo de propuestas de nuestro sector. La democracia ha dejado deudas, pero no necesariamente se tiene que saldar con antidemocracia, sino con más democracia, con democracia ampliada, latinoamericanista, nacional y popular.

El otro día hubo movimiento, hubo movilización: es hora de mover el culo, salir del quietismo y sumarse a un espacio organizado para lograr la consolidación de un triunfo electoral que exprese la síntesis de voz de todas, todos y todes les que quieren una opción de gobierno que finalmente nos brinde la posibilidad de tener una mapatria libre, justa y soberana. De todas las frases de Perón, acaso la más filosófica en términos accionarios sea la que dice que “La organización vence al tiempo”. Organicémonos y venzamos a aquello que no termina de morir y construyamos un nuevo porvenir en el que la felicidad de las mayorías populares sean el horizonte.


Por Adrián Dubinsky

Escritor e historiador

Fotografía: M.A.F.I.A.

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