Mis manos acunaron sueños.

Mis manos acunaron niños.

Mis manos acariciaron mucho.

Mis manos sembraron la tierra.

Se vaciaron mis manos un día.

Se llenaron de horribles silencios.

Pero un día mis puños cerrados

devolvieron la fuerza y los sueños.

Con mis manos escribo a mis hijos.

Con mis manos abrazo los días.

Con mis manos aprieto las otras

Que me tiende generosa la vida.

Hebe

(taller de escritura de las Madres, publicado en la Agenda de las Madres año 2000)

Hace muchos años sabíamos que este día llegaría. Que un día Hebe no estaría más. Ese cuerpo incansable que año tras año sumaba canas, arrugas, achaques, pero que siempre mantuvo una voz, esa voz. Peleona, enfática, sin correcciones, con la crudeza de quien tiene un cuerpo tallado en la lucha. Una voz sin concesiones.

Me gusta recordar a Hebe en batón, un batón como los que usaba mi abuela Lita: tela floreada con botones adelante, lazo a la cintura. Con sus anteojos y peinado también como el de mi abuela, en su casa de la calle 45, en el barrio La Loma de La Plata. Un comedor como el de cualquier casa de nuestras familias clase media: una mesa en la que se amontona una carpeta en punto cruz, un recipiente de esos de porcelana decorada en los que se acumulan todo tipo de cosas, la pava, el mate, un plato con masitas, un cuaderno, unos diarios del día. Un aparador haciendo juego en los que se superponen las capas de la vida de Hebe: adornos de otro tiempo, fotos de sus hijos, fotos de ella y su marido jóvenes, fotos de ella con el pañuelo blanco, fotos de una ronda o una marcha de la resistencia, libros, un souvenir de Cuba, una caja como de archivo con una etiqueta que decía “Taller de Poesía Madres”. Sobre el piso, al costado, una pila del Periódico de Madres. En esa casa conocí a Hebe, digo la conocí porque estaba cerca de ella por primera vez. Estábamos allí con Gabi Pesclevi porque ese año diseñaríamos con La Grieta la Agenda de las Madres por primera vez. La agenda se vendía en las marchas de la Resistencia que como cada diciembre desde 1981 las Madres organizaban en Plaza de Mayo. Sería la agenda para el año 1996 así que era principios del `95. Lo recuerdo también porque ese año nació Maite y ese mes de noviembre durante muchas semanas viajamos en el tren Roca -con Gabi, Geri, el cochecito y Mai- a casa de las Madres, a armar esa agenda delirante en la que replicamos algo que era parte de nuestra apuesta estética en la revista La Grieta: cortar, pegar y armar uno por uno detalles gráficos artesanales. ¡Pero las revistas eran 500 y las agendas fueron pilas de miles!

Supongo que hablamos detalles de lo que imaginábamos para la Agenda. No recuerdo exactamente. Yo sentía una mezcla de encantamiento, asombro, nerviosismo. Tenía 24 años y no terminaba de entender qué hacía allí. Antes de esto había ido a una Marcha de la Resistencia y a tres vigilias en la Plaza San Martin de La Plata, pero nunca había hablado con ellas. Eran los años en que se estaban produciendo los primeros escraches, las primeras apariciones públicas de HIJOS como una organización. Ese año era el primer aniversario de la emergencia a la historia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en México (si no recuerdo mal al año siguiente Hebe se internaría en la Selva para encontrarse con Marcos). El `95 estuvo marcado por la lectura de los comunicados de Marcos, recuerdo sí que su nombre, la ilusión que despertó en todos nosotros, fue parte de esa conversación. La política neoliberal, la destrucción que avanzaba sin tregua, pero también un gran estado de discusión política en todos lados. Nosotros éramos muy jóvenes, teníamos la irreverencia de los 20 años y queríamos discutir con las Madres las formas estéticas de la memoria: las siluetas vacías, la imagen del horror, la centralidad de la muerte en la gráfica militante. Ese año hicimos una revista completamente anarca, un dossier contra el trabajo y algunas derivas críticas contra las formas institucionales del saber, las relaciones siempre conflictivas entre el poder y los intelectuales. En el `96, el año en que salió la agenda, dedicamos la revista a los zapatistas y a los legados.

Este encuentro entre las Madres y La Grieta, tanto como el encuentro entre nosotros y Horacio González y Liliana Herrero, marcó rumbos definitivos en nosotros. Una suerte de educación sentimental y política: el persistente interés en torno a qué y cómo hacer con nuestros legados, las relaciones entre el mito y la historia, la aventura como forma para pensarnos en la política y en la historia, la violencia política como un rasgo que nos atraviesa trágicamente. Temas que ocuparon nuestros años siguientes. De estos encuentros que se sucedieron en la vieja casona del barrio de Congreso en Buenos Aires o en la calle 16 de La Plata, en las marchas, en las charlas, en los recitales de poesía a los que venían también las Madres, aprendimos un modo de hacer política que no estaba en otro lado: juntar el libro de teoría política con el poema escrito a la tarde, con la vaquita hecha entre todos para hacer una comida, con las macetas de flores en las ventanas, con la figurita que se recorta y se pega página por página en las agendas, con el tejido que se avanza mientras se lee entre todos el periódico del día, mientras se ordena una caja de fotos de marchas y marchas y marchas, mientras se discute por que sí o por que no participar de tal acto; mientras se piensa cómo ayudar a alguien que necesita una mano porque se quedó en la lona; mientras suena un teléfono de línea para coordinar una visita de organismos de derechos humanos de otro país;, mientras, mientras, mientras… Mientras la vida transcurre entre muchos y muchas. Una vida en la que se desdibujan los contornos de lo privado, de lo íntimo, para devenir pura grupalidad. Una forma de la política que no conoce disociaciones entre lo público y lo privado, entre lo propio y lo común, entre lo doméstico y lo profesional. La política asume el sentido de la vida, porque es la vida misma. Se escribe para cambiar el mundo, se cocina con otros para cambiar el mundo, se lee y se dibuja para cambiar el mundo, se discute para cambiar el mundo. Se marcha para cambiar el mundo.

Esa tardecita en casa de Hebe quedé eclipsada. Porque su cuerpo que eran tan cercano al de mi abuela, me hablaba con una voz en la que no cabía ningún miedo. Hablaba del Che o del subcomandante Marcos y de las recetas de cocina del mismo modo. Cómo no pensar en mi abuela y mi adolescencia en el pueblo donde la política era lo prohibido aún en los `80. Esa voz que podría haber sido la de ella, pero no, la historia la había convertido irreversiblemente en una guerrera. La voz de Hebe instalaba la posibilidad, la voluntad expansiva, la desmesura, el arrojo sin especulaciones. Esa voz también hecha de la ternura de quien entrega su vida a los otros, sus hijos, sus hijas y todos los que fuimos llegando y vendrán.

Quisiera pensar la partida de Hebe como un inicio más que como el final de un ciclo. Inevitable la pregunta por la continuidad de este legado inmenso. Cómo honrar su lucha, su entrega, su construcción. La de ella y todas las Madres y Abuelas. Sus pequeños gestos, su insistencia en la rebeldía. Su resistencia, sí, pero también su apuesta.

¡Gracias Hebe por tanto, tantísimo!

Por Fabiana di Luca

Artista visual y docente

Arroyo Gambado, Luna Llena. Tigre, 25 de noviembre de 2022

Fotografía: M.A.F.I.A.

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